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"El culpable no era yo"

Autoría:

José Jesús Trujillo Vargas (1). Técnico de Prevención e Intervención en Violencia Familiar

Resumen

A través de la metodología cualitativa de la historia de vida se analiza los pormenores de un menor al que le impusieron una medida de internamiento en un centro como consecuencia de acciones violentas llevadas a cabo en el ámbito materno. Como se detalla en el análisis de datos y en las conclusiones dichas conductas venían precedidas de un sentimiento de malestar continuo que el menor padecía, el cual se agudizó toda vez que sus padres se separaron.

A fin de detectar y analizar los antecedentes violentos a través de esta historia de vida y por otra parte establecer la conexión que existe entre estilo educativo familiar y uso de la violencia por parte del menor, este estudio trata de dar una visión holística del fenómeno de la violencia ascendente que viene ocurriendo en nuestros días. Como se puede comprobar en las conclusiones, los efectos de un estilo educativo autoritario son igual de perniciosos, llevado a su extremo, que lo efectos de un estilo educativo excesivamente permisivo.

Introducción

La historia de vida que se narra a continuación, trata sobre la vida de un menor que fue denunciado por su madre por una situación de violencia familiar. El menor convivía con su hermano y su madre, quien estaba separada de su padre, hacía ya unos años. Cuando el menor fue condenado a una medida de reforma, tuvo que separarse tanto de su madre y hermano como de sus amigos, algo que le costó bastante asimilar. Aunque el mayor tiempo de terapia lo dedicamos a su madre, la historia de vida se confeccionó a raíz de tres entrevistas que se realizaron con el menor, una vez que éste había cumplido la medida de internamiento en el centro de reforma donde se encontraba.

Historia de vida

Globo

“Cuando era pequeño e iba al colegio, recuerdo que al principio me gustaba. Recuerdo que peleé con uno de mi clase que me arañó y yo le pegué una patada en los testículos y me expulsaron, ahí sí que lloré un montón, esa fue mi primera experiencia difícil de superar. También recuerdo que había un niño que nos estaba siempre dando “globazos” a mí y a otros compañeros y como un día la directora acordó con nosotros que todos fuéramos con globos para lanzárselos y así lo hicimos y la verdad que en esa situación me sentí bastante bien.

En aquella época considero que yo era bastante inteligente, incluso sacaba buenas notas sin estudiar, mi madre siempre me regañaba por no hacer los deberes, por no estudiar, por querer salir sin haber hecho mis responsabilidades, etc.

Durante aquellos años mis padres me mandaban mucho por todo y siempre estaba levantándome para traerles cosas. Nos íbamos a cenar los domingos todos juntos. Aunque cuando se iban de cena con sus amigos ellos solos, yo me quedaba en casa de mi abuela a dormir. Alguna vez peleaba con mi madre, ya que cuando eres pequeño es normal estar en contra de tu madre.

He vivido en varias casas, una casa vieja, en casa de mi abuela, en mi casa con mi madre y ahora con mi padre. Con lo cual nunca he sentido que tuviera un espacio totalmente mío, porque cuando comenzaba a considerarlo como mío me tenía que ir a otra casa y claro, cada casa no estaba a la misma distancia de la de mis amigos y estos cambios los llevaba bastante mal.

DisputaEn esa época tenía muchas disputas con mi madre por las comidas, ya que me gustaban algunas cosas pero otras no. Con cinco años me llevaron a un psicólogo no sé muy bien por qué. Cuando yo tenía 6 años nació mi hermano, yo se lo había pedido a mis padres, recuerdo con especial emoción el día que nació y como a partir de ahí comenzamos a convivir juntos. Era como un juguete para mí, ya que estaba todo el día jugando con él y yo me sentía su protector. Mi madre no se fiaba de mí ya tanto y me echaba la culpa de todo, incluso de alguna trastada que hacía mi hermano. Me he tragado muchos “zapatillazos” que no me correspondían.

Ellos en aquella época se llevaban bien. Alguna vez se cabreaban y mi padre se iba por ahí, luego volvía al poco rato y ya todo era de nuevo otra vez igual, era una época mucho más feliz que la de ahora.

Hubo épocas que mi padre estaba trabajando fuera, con lo cual yo me apegué más a mi madre. Ella no me castigaba, sólo me pegaba con la zapatilla en el culo y en el hombro y yo ponía la mano para que no me doliera. Sin embargo, mi padre me pegaba poco, algún tortazo pero poco más. A mi padre le tenía más respeto, me imponía más verlo cabreado que a mi madre.

PegarA partir de los 10-11 años en adelante, mi madre me seguía pegando cuando me comportaba mal, incluso alguna vez me pegaba con la zapatilla en la cara. Luego pasé al instituto, los dos cambiamos un poco, ella fue a peor. En aquella época yo me revelaba más, era más espabilado para casi todo y ya no me podía contener con la zapatilla, porque yo no lo toleraba. En ese momento los conflictos eran mucho mayores. Mi padre me castigaba teniéndome encerrado en casa. Comencé a vocear a mi madre, a mi padre no porque temía que me pudiera pegar o gritar. A los 13 años ellos se divorciaron, yo no me lo esperaba. Fue un duro golpe para mí, la verdad.

Me sentía muy mal. Mi madre se pasaba todo el día llorando y mi padre enfadado y me hablaban mal el uno del otro. Yo lloré mucho, nunca imaginé que se divorciarían. La noticia me la dieron mi prima y mi tía, un domingo, y luego observé a mi madre llorar y ya lo confirmé. Le pregunté que por qué, y qué iba a pasar ahora. Mi madre me dijo que él estaba con otra. A partir de ahí cambió todo a peor: menos presupuesto, menos de todo… No existía apenas comunicación. Yo creí en un principio que eso iba a ser pasajero, que se volverían a reconciliar como tantas otras veces habían hecho, pero no fue así, esta vez ya no hubo marcha atrás y a partir de ahí todo cambió, todo fue distinto, todo fue peor.

BroncaSi yo hacía algo que no le gustaba, mi madre llamaba a mi padre y me echaba la bronca. Yo quería que se reconciliaran, pero mi padre tuvo un hijo con otra pareja, yo estaba todo el día comiéndome la cabeza pensando en eso. Pensaba que ya no iba a ser como los demás chicos, porque los otros no tenían a sus padres separados. En cierta ocasión escuché a mis compañeros hablando sobre mi tema familiar y eso me dolió bastante. En realidad, también me sentí muy mal porque nadie me dio una explicación coherente, mi padre le echaba la culpa a mi madre y viceversa.

Lo que más me ha costado superar en todo este tiempo, es ver a cada uno de ellos con otra persona. Me culpabilicé y pensé que todo era debido a mi comportamiento. Los problemas de convivencia posteriores vinieron a raíz de esto, ya no estaba mi padre para mandar y yo hacía lo que quería. Aunque no era consciente de que la relación con mi madre estaba así de mal. No creí que todo llegara a tanto, y nunca pensé que al final tendría que ir a un centro de menores denunciado por mi madre.

CentroMe enteré de la denuncia de mi madre porque dos guardias civiles llegaron a mi casa y me dijeron que me tenía que ir con ellos y pregunté por qué, pero hasta que no llegué al cuartel no me lo explicaron. Mi madre venía con ellos. Le dije a mi madre que en poco tiempo volvería y le pregunté qué haría de comer, los guardias me comentaron que no volvería para cenar a casa y entonces fue cuando me derrumbé y comencé a llorar, era una impotencia muy grande, que no se puede describir con palabras.

Me dijeron los guardias civiles el motivo de por qué estaba denunciado. Nunca te imaginas que una madre te pueda denunciar. Llamaron a mi padre y se presentó allí. Me decían que me tenía que ir a un centro de la capital, al menos una noche, hasta el día siguiente que era el juicio.

En el centro había vallas y cámaras por todos lados. Cuando llegamos me bajaron del coche, me metieron allí, me cachearon y me quitaron casi todo: collares, pendientes, cartera, móvil… y me dijeron que aquellas cosas quedarían guardadas hasta cuando saliera de allí.

Me presentaron a la directora del centro y me llevaron a mi celda. Era una habitación de 2×2 con una cama, un váter y una puerta blindada. No sé por qué lo llaman centro de menores, sería más adecuado llamarlo cárcel de menores, porque en realidad te sientes preso, sin libertad y sin poder hacer lo que quieres.

Poner esposasAl día siguiente me llevaron a juicio, pero no se pudo celebrar y volví al centro. Estuve 37 horas dentro, luego cuando se celebró el juicio, recuerdo que tenía muchos sentimientos de rabia e ira, estaba muy quemado, tenía ganas de escaparme, pero no lo hice. Me dieron un abogado de “mierda” que no habló en todo el juicio, sino que al final dijo acepto. No me explico para qué tuve que contarle todo con pelos y señales a mi abogado si luego no lo utilizó para ayudarme. Me esposaron cuando salí de la sala y mi hermano pequeño lo presenció todo y se echó a llorar. Mi madre también estaba muy afectada, fue muy duro ese momento concretamente. Nunca te lo puedes llegar a imaginar, aunque hayas escuchado historias de otros amigos o conocidos, nada es comparable a estarlo viviendo.

CentroDespués me mandaron a otro centro, a donde fui con la Técnica de Menores y con mi padre y me presentaron a la directora de allí, ella me dijo cosas parecidas a lo que me había dicho la otra directora. Me dijeron que tenía que estar 20 días sin poder salir y sin mis cosas, eso fue la gota que colmó el vaso de mi impotencia, internamente le echaba la culpa de todo a mi madre, yo pensaba que no merecía estar allí, que las cosas se podían haber solucionado de otra manera.

Mi padre estaba muy “rebotado” y me dijo que intentaría sacarme de allí. Me presentaron a los compañeros y todos eran más pequeños que yo. En mi habitación estaba solo. El más duro de todos los días fue el primero, me acordaba de todo el mundo, no podía salir, nadie sabía lo que había pasado.

Hice amistad con algunos de los chicos del centro. En el centro lo tenía que hacer todo yo, los educadores no hacían nada, de todas formas yo me llevaba bien con ellos, era aconsejable llevarse bien porque eran los que ponían castigos o los que te lo levantaban.

Cuando me dieron permiso, me vine de fin de semana a mi pueblo y celebré mi cumpleaños con mis amigos y les expliqué una y otra vez lo que había pasado, la verdad que lloré mucho durante ese fin de semana, toda la rabia e impotencia acumulada la descargué en esos momentos. Todos me decían que no habrían perdonado a sus madres si estuvieran en mi lugar.

ChicoPoco después comencé a venir al instituto, cogía todas las mañanas el tren. Allí en el centro tenía una hora libre todos los días y daba vueltas por la ciudad, aunque conocía pocos sitios de la misma. Anteriormente, no había estado muchas veces en la capital.

Un chico me robó 130 euros y nadie hizo nada por devolvérmelo. Era dinero que me habían regalado por mi cumpleaños, no me dejaron que yo registrara al chico, ese fin de semana el chico se fugó del centro, supongo que a gastarse mi dinero. Al chico lo denunciaron por amenazar a un educador y se lo llevaron a otro centro. Pero mi dinero nunca fue devuelto, con lo cual en ese momento estaba fatal, porque unido a la rabia que tenía por estar allí, sentía una impotencia increíble por la injusticia que habían cometido conmigo y que nadie hacia nada por resolverlo.

Mientras estuve en el centro, nunca me castigaron, me dijeron que era el chico que mejor se había comportado de todos los que habían pasado por allí. Un día me llamó la Técnica tras cuatro meses y una semana y me dijo que ya me podía quedar aquí en mi pueblo. No me pude despedir ni de los educadores ni del resto de compañeros. No he vuelto a tener contacto con casi ninguno de ellos, aunque me hubiera gustado. Bueno en realidad por Internet hablo con uno de ellos.

Actualmente vivo en casa de mi padre, le ayudo bastante, más a él que a mi madre, porque él está trabajando. Es muy diferente vivir allí a vivir en casa de mi madre. Vivimos él, la nueva pareja de mi padre y yo. Con ella me llevo bien y no se entromete en la relación entre mi padre y yo, aunque en la casa de mi madre me sentía mejor, era como un espacio más mío.

CaraEncontré a mi madre en varias ocasiones aún a pesar de la orden de alejamiento, en esas ocasiones que nos encontramos yo la miraba con cara de asco, y ella con más cara de asco que yo hacia mí. Aún así, después de todo, seguiría eligiendo la casa de mi madre para vivir. Yo creo que si hubiera sabido todo esto, habría cambiado un poco mi actitud. Lo más difícil de todo este tiempo ha sido y es vivir sin mi madre“.

Metodología y análisis de datos

La historia de vida se confeccionó a través de entrevistas abiertas en profundidad en donde el menor iba relatando su vida de manera cronológica, resaltando aquellos aspectos relevantes y relacionados con el proceso de violencia que le había llevado a un internamiento en un centro de menores. Una vez confeccionada la misma, el menor tuvo dos semanas para revisarla y poder modificar junto al terapeuta lo que creyó conveniente. Los objetivos concretados en dimensiones, subdimensiones y variables de esta historia vida quedan reflejados en la tabla número 1.

Tabla 1. Objetivos de la historia de vida (elaboración propia).

OBJETIVOS

DIMENSIONES

SUBDIMENSIONES

VARIABLES

Detectar y analizar los antecedentes violentos a través de las historia de vida del menor.

Antecedentes de violencia en la vida personal del menor objeto de estudio.

Existencia de violencia de género, bullying u otro tipo de violencia en la experiencia vital del menor.

◦ Cómo está influyendo su historia violenta en su presente

◦ De qué forma reproduce actitudes violentas en su día a día

◦ Cómo afrontó la situación violenta

◦ Factores resilientes.

Establecer la conexión que existe entre estilo educativo familiar y uso de la violencia por parte del menor

Modelos educativos y violencia del menor

 

Modelo educativo familiar en el que se está desenvolviendo el menor y cómo afecta en las conductas del mismo

◦ Qué modelo impera (2) (hiperprotector, permisivo, autoritario, sacrificante, delegante o intermitente)

◦ Tipología parental (exigencia vs permisividad, apego vs desapego)

◦ Tipología parento filial (3) (hiperreactividad vs infrarreactividad, inhibición vs descontrol)

◦ Qué fomenta la semilla patológica en la relación familiar

◦ Establecimiento de límites y normas de la familia

 

En la historia de vida de este menor hay varios hechos determinantes, uno de ellos, tal vez el más importante, es cuando sus padres se separan y nadie le da una explicación razonable de por qué se han separado y él comienza a sentirse como el culpable de la situación que estos están viviendo. Otro momento a tener en cuenta es cuando entra en el instituto y ya no le vale para aprobar su técnica de atender en clase y comienza a suspender algunas asignaturas, lo cual trae consigo que se sienta menos eficaz y peor emocionalmente y más criticado a nivel familiar, sobre todo por la madre. El paso por el centro de menores es otro aspecto a tener en cuenta, ya que él nunca se sintió del todo responsable de sus actos violentos y simplemente los achacaba a situaciones de convivencia entre madre e hijo. Un último aspecto interesante es que en la actualidad vive con su padre, cuando siempre ha vivido con su madre y tiene la necesidad de seguir haciéndolo, sin embargo se siente tan dolido ante la situación vivida, que tiene reticencias a volver y su madre tiene reticencias para que vuelva.

La madre nunca ha podido solventar la conducta del menor, incluso cuando era muy pequeño, como así nos hacía ver en las sesiones terapéuticas. Llevaba a cabo un modelo educativo intermitente, en donde intentaba poner cierto orden cuando creía que todo se le escapaba de las manos, mientras tanto todas sus normas eran laxas y muy permisivas con la actitud de su hijo y las conductas del mismo.

Por otra parte, el padre, implícitamente, siempre culpó a la madre de todas las situaciones que vivía con el menor y de alguna manera esto se lo transmitía a su hijo, quien se posicionaba a favor del padre en el asunto por ejemplo del divorcio. Tenía la idea, inducida por el padre, de que la madre había roto la familia, con su decisión de separarse. Toda esta situación suponía una triangulación del menor, que se veía en la disyuntiva por un lado de ser mediador de las situación de sus padres y por otro lado era objeto de descalificaciones entre ambos progenitores, esto le hacía sentir bastante mal y suponía el inicio de la semilla patológica, ya que mientras peor se sentía y más “en medio” en la relación entre sus padres, más situaciones de cabreo vivía, ejerciendo actos violentos en el ámbito familiar. En muchas ocasiones esos actos violentos eran provocados con la intención de que el padre acudiera a casa, tras la llamada de la madre a tenor de su conducta, y una vez allí intentar que se acercaran a fin de fomentar una hipotética reconciliación.

El padre significaba que su hijo con él apenas tenía problemas, aunque esto no era del todo así, en tanto en cuanto un verano de hace dos años el menor se fue a pasarlo con su padre y éste lo contrató en su empresa y tenía frecuentes desencuentros con el menor ya que no se levantaba a la hora que tenía que ir a trabajar, no estudiaba las horas que el padre consideraba que tenía que estudiar y tuvieron varios “encontronazos” porque el padre le achacaba que fumaba marihuana y por otro lado que le había robado dinero. El padre cumplía un perfil claro de “dictador” o sea desapegado de su hijo y por otro lado bastante exigente con él, con un nivel de hiperreactividad bastante acentuado que provocaba miedo en el hijo, aunque en algunas ocasiones entraron en situaciones de escaladas simétricas.

La madre, antes de acometer la denuncia, estuvo durante varias sesiones acudiendo a nuestras terapias, pero cuando le retábamos a poner en práctica algunas estrategias, para tener cierto “control” de la situación en casa, no se veía en disposición de acometerlas porque en realidad nunca fue capaz de llevarlas a cabo, ya que cuando se veía entre la “espada y la pared” llamaba a su exmarido para resolver de alguna manera la situación, con lo cual, daba a entender a su hijo su poca capacidad para restablecer la autoridad en casa. Es ahí donde radicaba parte de la semilla patológica en la convivencia con su hijo, ya que ella no era capaz de restablecer un cierto nivel de normativización, el menor se salía con la suya y ésta llamaba al padre, quien regañaba continuamente al menor y cada vez con más frecuencia en un tono alto, y por su parte, el menor cuando el padre le regañaba tomaba represalias verbales contra su madre, llegando en última instancia a un nivel de conflictividad muy elevado.

El paso por el centro de menores, trajo consigo un sentimiento de profunda impotencia en el menor, que lo canalizó hacia su madre, a la que añoraba y por otra parte culpaba de que estuviera allí y de haberle, de alguna manera, “destrozado la vida”, así pues poseía un sentimiento ambivalente ante esta situación. Sin embargo, en su interior, quería volver a tener una relación normal con ella, prueba de ello son las cuatro últimas intervenciones que tuvimos con ambos, en donde nos propusimos una aproximación emocional de los dos y en donde cada cual expresara por qué se tomaron las decisiones que se tomaron y cómo era el estado emocional de cada uno. Posteriormente, y a raíz de estas cuatro sesiones, comenzaron a comunicarse más vía telefónica, y el menor, que ya había cumplido la mayoría de edad, de vez en cuando iba a casa de su madre para estar con ella y con su hermano, a quien también echaba mucho de menos.

Conclusiones

El menor no consideró el centro de menores como una posibilidad de reforma, lo vivió como un suplicio, pero a fin de cuentas le posibilitó salir de la situación de violencia que existía en casa para posteriormente ir reconduciendo la relación con su madre, que es lo que ambos anhelaban.

La madre por su parte, seguía teniendo sentimiento de culpa ante la decisión tomada y aunque durante aquella época que el menor no estuvo en casa ganó en tranquilidad, poseía muchos miedos en torno a la relación futura con su hijo.

Se dio una situación curiosa en esta historia de vida, ya que cuando todos los miembros de la familia vivían unidos, el estilo familiar imperante era el autoritario, en donde como dice Pereira (2011:101) “cualquier rebeldía es sancionada con un incremento de los castigos, amenazas, humillaciones o violencia”. Sin embargo, cuando el menor comenzó a vivir con su madre y su hermano, el estilo imperante era el permisivo, “en el que no se establecen normas claras, ni hay un ejercicio consistente de la autoridad” (Pereira, 2011:100).

Al final, el apego existente entre los dos es muy fuerte y posibilita que tengan una relación más o menos normalizada y más o menos estable, aunque ambos sintieran que el otro le había hecho mucho daño y aunque el menor verbalizara que no quería saber nada más de ella y que le gustaría que ella sintiera lo que él sintió mientras estuvo encerrado.

Referencias Bibliográficas

Nardone, G. (2003). Modelos de familia: conocer y resolver los problemas entre padres e hijos. Barcelona: Herder.

Pereira, R. (2011). Psicoterapia de la violencia filio-parental. Entre el secreto y la vergüenza. Madrid: Morata.

Santiago Almazán, L. (2008): Intervención con familias de adolescentes problemáticos. Barcelona: Centro Kine.

1.- Ha trabajado en la Asociación de Mujeres para la Formación y el Desarrollo (AMFORMAD), subvencionado por la Junta de Comunidades de Castilla la Mancha, desde junio de 2007 hasta diciembre de 2011. Es miembro del Grupo de Investigación en Acción Socioeducativa (GIAS) del Departamento de Ciencias Sociales de la Universidad Pablo de Olavide (UPO).

2.- De los descritos por Nardone (2003) y Santiago Almazán (2008), recogido en las referencias bibliográficas de este estudio.

3.- Tanto la tipología parental como la parento-filial con sus respectivas dimensiones son recogidas por Santiago Almazán (2008).