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Reflexiones desde la práctica

Autoría:

Jaume Rafi. Educador social.

Resumen

Este objetivo es difícil de conseguir y requiere, sobre todo, un proceso de aprendizaje común y compartido entre todos. Este proceso de aprendizaje hace que la cooperación entre instituciones, entidades, servicios y vecindario sea la filosofía básica de trabajo, par ir logrando paso a paso la meta, la finalidad.

“El objetivo último del plan comunitario
es la mejora de la calidad de vida del barrio”

De esta declaración de intenciones que hacen las personas que participan en el plan comunitario Sant Josep Obrer se pueden extraer los cuatro principios clave sobre los cuales se basará este artículo, cuatro principios alrededor de los cuales intentaré explicaros una experiencia de trabajo comunitario. Buena parte de estas reflexiones también son el resultado del trabajo compartido con Mònica Garcia y Joan Guerrero.

  • Incorporar y ampliar visiones (percepciones, opiniones, experiencias de la vida cotidiana) sobre la realidad de la comunidad. La implicación de los diferentes actores que actúan en un territorio sólo es posible incorporando su visión en el proyecto.
  • Consenso y confianza en las propias capacidades para mejorar la realidad. Nos hace falta un método de trabajo que nos permita realizar el aprendizaje de las actitudes y las técnicas necesarias para diagnosticar los aspectos del barrio que es necesario mejorar y buscar las soluciones.
  • Cada cual debe tener el grado de implicación que desee. No todo el mundo es igual, la participación es voluntaria; pero, en diferentes grados y de maneras diferentes, todos nos hacemos corresponsables del proyecto.
  • Trabajo en red, nuestra ilusión. El plan comunitario es un proceso que avanza y retrocede, pero es nuestra meta.

1. Incorporar y ampliar visiones

El hecho de compartir, de poner sobre la mesa las visiones de los diferentes actores sociales, amplía y enriquece la visión de cada uno, a la vez que nos permite construir un proyecto común.

Nuestra experiencia parte de la iniciativa de la Administración de mejorar la calidad de vida en el barrio incorporando la visión de la ciudadanía (organizada o no) en el diseño y ejecución de les intervenciones de la Administración en un territorio.

La realidad, las necesidades y los problemas con los que nos enfrentamos tienen causas y consecuencias numerosas y diferentes, así pues, hace falta que cada uno de los agentes sociales aporte su visón para poder construir una visión más global.

  • La ciudadanía y las asociaciones están muy cerca de la vida cotidiana de la comunidad, aportan un conocimiento experto (tienen la experiencia de vivir en el barrio) de la realidad. Es la visión del transeúnte que cada día anda por el barrio, la de la persona que cada día utiliza el coche, la de los niños que van a la escuela, la de los jóvenes que se encuentran en el parque, la de la tendera del paseo…
  • Hoy tenemos muchos y diferentes profesionales trabajando en un territorio: servicios sanitarios, servicios sociales, educativos; promoción de la ocupación; del ámbito de las toxicomanías… El personal técnico de los servicios, ubicados o no en el territorio, habitualmente tenemos una visión más distante de la realidad y, a la vez, parcial; somos especialistas, basamos nuestro conocimiento en lo que hemos estudiado, en “los datos objetivos”, en lo que hemos aprendido durante nuestra experiencia laboral, y miramos el territorio desde la perspectiva del servicio o institución para los que trabajamos.
  • Los responsables políticos tienen una visión más amplia, aportan la perspectiva de la ciudad, ven el territorio, el barrio, como una parte de un conjunto mayor. Toman las decisiones respecto a las políticas que se aplican en la ciudad y de la destinación de los recursos públicos.

No todos vemos la realidad desde el mismo punto de vista, ni del mismo modo. Las personas elaboramos interpretaciones de la realidad, “mapas mentales”, a partir de la experiencia subjetiva y también de nuestros valores y creencias; cada cual cree que su “mapa” es la realidad. Esta es la materia prima con la qué trabajamos; el diálogo entre las personas es, en realidad, un diálogo entre interpretaciones subjetivas, entre mapas.

No esconderemos las dificultades de todo tipo que representa trabajar conjuntamente con esta diversidad (compatibilizar horarios; hacernos entender; adaptar el lenguaje; compartir protagonismo, responsabilidades y poder…), pero si lo conseguimos, es un proceso que aporta mucha información y permite ver “la magnitud de la tragedia”; es decir, qué cosas del barrio nos preocupan y qué cosas nos gustan, y también qué oportunidades de trabajo conjunto tenemos y qué dificultades nos esperan. Es cierto que el proceso de dar espacio a todas las opiniones también hace aflorar contradicciones y desacuerdos (por el momento estos serán nuestros límites), pero también nos permite ver en qué coincidimos (oportunidades de trabajo) y construir un diagnóstico compartido de la situación.

2. Consenso y confianza en las propias capacidades para mejorar la realidad

Nos hace falta un método de trabajo que nos permita realizar el aprendizaje de las actitudes y las técnicas necesarias para diagnosticar los aspectos del barrio que hace falta mejorar y buscar las soluciones.

Cualquier proceso de participación comunitaria es para nosotros un proceso educativo, hecho que nos lleva a considerar y centrar la atención no tanto en la elaboración de reglamentos, sino en los cambios que se producen en las personas y en las relaciones que se dan entre ellas. Como consecuencia de los cambios personales, tendrán lugar los cambios sociales.

  • El grupo como espacio de trabajo

La educación, la acción social, la animación, etc. son actividades relacionales: relación entre las personas, y relación con el entorno y sus posibilidades.

Difícilmente podemos concebir la práctica de procesos comunitarios como un trabajo en solitario; al contrario, nuestro marco de referencia es el grupo y las relaciones que se dan como elementos que posibilitan y potencian las capacidades y habilidades personales. En definitiva, el plan comunitario no es más que un conjunto de grupos que quieren afrontar y resolver los problemas que les son comunes.

Las ventajas del grupo son lo suficientemente conocidas: conjugar lo mejor de cada uno, distribuir tareas según habilidades y capacidades; compartir liderazgos; ser capaces de realizar tareas más complejas; más creatividad, motivación y confianza…

Como también lo son los riesgos: ritmo lento y pesado, inhibición de la participación de algunos miembros, dilución de responsabilidades…

Así pues, debemos poner la atención en el proceso de formación del grupo; el mero hecho de estar reunidos alrededor de una mesa no basta: queremos fomentar la cohesión y la comunicación entre las personas, promover un clima determinado que haga posible desdoblar el potencial del grupo.

Hay un primer momento de presentación y conocimiento: ¿quiénes somos?, ¿qué hace cada uno?, ¿qué objetivos y qué valores nos orientan? En estos momentos necesitamos que las personas del grupo hagan un doble esfuerzo en el sentido de mostrarse tal y como son, y de mirar/escuchar al otro sin quererlo juzgar o evaluar según parámetros personales; este paso nos permitirá entrar en un segundo momento, dónde podremos hacer crecer la estimación y la confianza entre las diferentes personas del grupo, condición indispensable para crear un clima propicio de trabajo en el seno del grupo. Finalmente, si se dan estas condiciones previas, podremos iniciar la tarea que nos proponemos, para la cual hará falta activar mecanismos de colaboración, cooperación y negociación.

  • Metodologías no directivas / acompañamiento

El hecho de situar a los grupos como protagonistas de la acción nos introduce en la tarea o función que nos corresponde a nosotros. Si queremos trabajar la autonomía del grupo, promover su protagonismo, nuestra función será crear las condiciones para que el grupo trabaje; acompañar, no dirigir; permitir que el grupo encuentre su propio camino. Para hacer esta función será necesario que nos fijemos en los diferentes ámbitos que tienen que ver con el grupo.

    • Un primer ámbito sería el temático: es decir, la tarea que el grupo se propone, los contenidos que quiere trabajar; analizar la situación, definir objetivos, planificar y ejecutar acciones y evaluar el trabajo hecho. En este ámbito nuestra función deberá ser preguntar, aclarar, resumir…
    • El segundo ámbito sería el organizativo: cómo lo hacemos, cómo nos organizamos, cómo tomamos las decisiones, quiénes lideran, qué canales de comunicación utilizamos… En esta dimensión hemos de estimular, promover, dar apoyo… 
    • Finalmente, un tercer ámbito sería el afectivo (en el cual no pensamos nunca lo suficiente): tiene que ver con las relaciones personales que se establecen, el clima emocional que se crea, las actitudes que tenemos… Hace falta explicitar esta dimensión del grupo y ser conscientes de ella, puesto que muchas veces, o siempre, condiciona claramente el trabajo del grupo.
  • Explicar, aplicar e implicar

Porque queremos mejorar las situaciones colectivas implicando en el proceso a los colectivos afectados.

    • Partir de la propia experiencia para generar conceptos, reglas, principios que nos sirvan para explicar la realidad; reflexionar, analizar, buscar información de manera conjunta sobre aquellos aspectos que nos preocupan del barrio para construir un conocimiento compartido. El mismo conocimiento que posibilita buscar y elaborar propuestas, de hipótesis de trabajo.
    • Aplicar (actuar) porque no queremos sólo diagnosticar la realidad; no nos mueve el saber porque sí, sino que también queremos cambiar la realidad, intervenir para mejorarla. Para ello hace falta actuar, hacer acciones; contrastar y probar las ideas, las hipótesis de trabajo, y después, con la evaluación, modificar y redefinir nuestras propuestas y acciones.
    • Implicar, es decir, usar este proceso de reflexión-acción como una herramienta de dinamización social, comprometer a la comunidad en la resolución de sus propios problemas.
  • Conflicto / consenso

Los conflictos son un hecho habitual e inherente al proceso, una muestra de la diversidad y una oportunidad de trabajo.

La diversidad de las personas con las que trabajamos nos lleva inevitablemente al hecho de que tarde o temprano aparezcan divergencias en los pareceres, discrepancia en las opiniones, intereses contrapuestos… El hecho de evitar, de ocultar, estos conflictos no es aconsejable si tenemos en cuenta el grupo de trabajo, puesto que los conflictos continuarán minando la dinámica del grupo.

Hay varias herramientas y estrategias que nos permitirán trabajar en estas situaciones:

    • Dotarnos de las habilidades que nos permitan abordar mejor los conflictos, poniendo las bases que nos permitan trabajarlos de manera constructiva; utilizando estrategias como por ejemplo la construcción de un clima de estima y confianza en el grupo, la buena comunicación, la práctica de resolución de problemas y la toma de decisiones en consenso.
    • Aprender a analizar, negociar y buscar soluciones. En este sentido, es muy conveniente saber distinguir y separar los tres componentes básicos de un conflicto: las personas involucradas (las personas no son el problema), el problema o cuestión del conflicto y la manera cómo lo abordamos.
    • Recurrir a la mediación: la estrategia que se utiliza cuando las partes afectadas en el conflicto necesitan la participación de un agente externo que vele sobre todo por la claridad y la concreción en el proceso.

3. Cada cual debe tener el grado de implicación que desee

El proceso comunitario busca la participación; sin la participación de la comunidad no hay cambios reales y, si los hay, serán producto de las decisiones que toman otras personas. Aún así, es idílico pensar que toda la comunidad estará implicada del mismo modo.

  • Respetar ritmos, capacidades, dedicación…

La participación es voluntaria, las personas toman la decisión de cómo y hasta dónde se implican en el proceso, atendiendo a diferentes circunstancias: disponibilidad de tiempo, interés en el tema, capacidad… No nos cerramos a una única manera de participar, sino que tenemos en cuenta numerosas maneras de hacerlo dónde las personas y los grupos se interrelacionan.

    • Generar espacios y estructuras lo suficientemente abiertos para permitir incorporarse a las personas que quieren participar y lo suficientemente flexibles para que se adapten a las condiciones y posibilidades de la gente.
    • Generar espacios educativos que permitan el aprendizaje de capacidades y habilidades útiles para la participación.
  • Opinar, decidir y actuar

Hay muchas maneras de participar, desde los modelos más centrados en la consulta o en la representación y delegación, hasta los modelos de autogestión, con los cuales se nos abre un amplio abanico de posibilidades.

Hay quien cree que no podemos hablar de participación si ésta no tiene lugar en los espacios de toma de decisiones y actuaciones.

Somos más partidarios de entender la participación como un proceso:

    • que se inicia en el hecho de dar nuestra opinión, de aportar nuestra visión de las cosas; manifestamos nuestro sentimiento de pertenencia, nos preocupamos por lo que pasa, damos ideas para cambiar la situación;
    • que continúa en el hecho de compartir nuestra opinión y contrastarla con la de otras personas para elaborar visiones conjuntas y formar parte en la toma de decisiones;
    • y, finalmente, nos implicamos en la acción, nos hacemos responsables.

4. Trabajo en red, nuestra ilusión

La existencia de diferentes grupos e iniciativas en un territorio tiene unas posibilidades multiplicadoras que no podemos obviar. Establecer vínculos de colaboración entre los diferentes agentes sociales, la integración institucional, la coordinación de recursos, el intercambio de experiencias, etc. son prácticas que nos inician en la construcción de la red.

  • Cambiar el chip. De la competitividad a la cooperación

En una sociedad como la nuestra, que sobrevalora la necesidad de éxito, la superación profesional, la promoción y el hecho de tener más, se promueve el individualismo y las relaciones competitivas.

En este sentido, vemos que las relaciones interpersonales, las relaciones que se dan entre los diferentes agentes de un territorio, se caracterizan, demasiado a menudo, por la competitividad.

Una función del proceso comunitario es buscar espacios de colaboración y cooperación.

Se ha dicho muchas veces que, en esencia, los procesos comunitarios son procesos relacionales, procesos en qué el cambio que buscamos es el cambio de las relaciones entre las personas y los grupos, un cambio que pretende transformar la actitud de competitividad, que sólo busca el propio beneficio, por la de cooperación, en la que se trabaja por un beneficio común.

  • Pero, ¿qué es una red?

Considerando la diversidad y complejidad de los diferentes agentes sociales, tenemos la necesidad de construir espacios de relación que conecten, organicen y regulen esta complejidad, y que a la vez permitan la coresponsabilización de las partes.

La complejidad, la coexistencia y la cooperación traen implícitas la necesidad de establecer una asociación de diferentes elementos y a diferentes niveles, abandonando la idea del elemento dominante o elemento único; hablamos de varios grupos interconectados que, a veces, tienen unos límites imprecisos, indefinidos… por lo que necesitamos adoptar un sistema de red que responda a los principios de:

    • Descentralización y horizontalidad: un sistema no jerárquico en que las relaciones se dan en igualdad; esto no quiere decir que todo el mundo hace de todo, sino que todas las tareas son importantes y a la vez necesarias. La participación es voluntaria como lo es la definición de roles, de funciones y la asunción de responsabilidades.
    • Flexibilidad: un sistema lo suficientemente abierto y con límites porosos, donde las personas pueden acceder a varias maneras de participación y optar a un amplio repertorio de formas y maneras; una vez definidos los espacios de participación, los diferentes miembros pueden circular.
    • Autonomía: los grupos y colectivos participantes del sistema tienen capacidad de decidir sobre las propias tareas y funciones.
    • Comunicación: si pretendemos coordinar, compartir e intercambiar conocimientos, experiencias, recursos… la comunicación será una de las claves.
    • Objetivos comunes: podríamos decir que una red es un conjunto de agentes integrados en un sistema orientado a la consecución de objetivos comunes. A parte de los objetivos de cada grupo o asociación, nos hace falta compartir objetivos comunes y que sean congruentes con los objetivos más particulares.
  • La construcción de red como proceso

La construcción de redes no es un hecho inmediato, no es algo que podamos hacer de hoy para mañana, más bien es el resultado de un proceso de relación, de una experiencia que vamos acumulando.

F. Riva y A. Moreno nos proponen un modelo de construcción de redes por etapas que nos resulta muy práctico:

    • Identificación: momento en el que ponemos la atención en saber qué hay, quién trabaja en el ámbito o territorio donde queremos incidir, quién hay, qué se está haciendo, etc.
    • Conocimiento: más allá de lo que hay, queremos saber qué objetivos orientan a los diferentes grupos y colectivos, qué métodos se utilizan, qué valores propone cada uno.
    • Reconocimiento: una vez nos conocemos, identificamos en los otros un aspecto u otro que nos es cercano; reconocemos parecidos, aspectos comunes; damos valor a la tarea de cada uno, sin que las diferencias, que también las hay, sean un impedimento para la aproximación mutua.
    • Colaboración: iniciamos una etapa de aproximación, colaboramos en una acción o proyecto, nos apoyamos mutuamente, y en esta colaboración aprendemos juntos.
    • Coordinación: aun cuando cada cual tiene su propia opinión, cada grupo o entidad desarrolla sus propuestas, sus programas… Teniendo en cuenta el conjunto, evitamos solaparnos, buscamos espacios de trabajo conjunto, intercambiamos información… Nos empezamos a sentir parte de un conjunto más amplio.
    • Cooperación: ya no sólo nos coordinamos, sino que empezamos a plantear proyectos conjuntos, cooperantes, perseguimos de manera conjunta unos objetivos comunes.
  • Trabajo en red: comprendemos finalmente que nuestro trabajo individual no tiene demasiado sentido; se ha creado una red de relación, un método de trabajo conjunto, que hace que veamos al resto de grupos y entidades como una buena herramienta de trabajo.

5. ¿Cómo nos va?

Hasta aquí os he explicado qué principios y qué ideas orientan esta experiencia; ahora bien, esto no quiere decir que sea tal y como querríamos que fuera. En la última evaluación del proceso comunitario detectamos varios puntos débiles:

  • Participación ciudadana. Es necesario mejorar la incorporación de más visiones, sobre todo la visión de la ciudadanía no organizada en asociaciones. Más allá de las personas más vinculadas al proceso, hace falta buscar espacios en el marco de los proyectos y grupos para que podamos recoger la opinión de las personas que participan y/o hacen uso de los proyectos.
  • Comunicación. En una red amplia como ésta, es necesario mostrar una atención especial a la comunicación entre los diferentes grupos y proyectos. Evitar el aislamiento, generar espacios de intercambio de información entre las personas que participan en el plan y, sobre todo, hacer conocer el plan comunitario al conjunto del barrio (revistas, exposiciones…).
  • Organización y estructura del plan. Mejorar el funcionamiento de las reuniones, aprender a hacer mejores reuniones, escucharnos más, no querer imponer opiniones, resaltar los acuerdos, acotar tiempos de duración… Este último es un aspecto importante, puesto que en la medida que seamos capaces de hacer reuniones ágiles y productivas, generaremos confianza en las propias capacidades.
  • Encaje institucional. La implicación y responsabilización de las administraciones en este proceso son muy importantes, en el sentido que dan estabilidad al proceso y facilitan en gran parte la puesta en marcha de las propuestas y acciones que se generan desde el plan; aportan recursos, los servicios municipales o autonómicos se implican en la ejecución de propuestas… Pero a menudo la lentitud administrativa, el conflicto de competencias, la sensación de intromisión… dificultan el proceso y pueden, incluso, generar sensación de fracaso.
    La necesidad de un acuerdo institucional es imprescindible, hace falta que haya un proyecto político más allá de los intereses partidistas que apuesten a largo plazo por la participación, y hace falta ser conscientes de que esto supone una delegación del poder.

Bibliografía

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  • MARCHIONI, M. Comunidad, participación y desarrollo: teoría y metodología de la intervención comunitaria. Madrid: Editorial Popular, 1999.
  • MARTÍ, J.; PASCUAL, J; REBOLLO, O. (coord.). Participación y desarrollo comunitario en el medio urbano: experiencias y reflexiones. Madrid: IEPALA – CIMAS, 2005. Construyendo Ciudadanía, 7.
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